Arde Mississipi, arde la península.


Le he dado una oportunidad al televisor, con tal de despegarme de la pantalla del ordenador, me he querido vender fácil a la otra pantalla de nuestras vidas – la del cine ha quedado rescindida a los estrenos infantiles –  y ha sido imposible. Hasta he intentado aguantar dos minutos en sendas tertulias políticas. Era curioso, en una de ellas, que no nombraré ni bajo tortura, había al menos cuatro estómagos agradecidos que aún estando de acuerdo, se cortaban el uno al otro, para demostrar que estaban aún más de acuerdo. No sé, si alguno tendría alguna peca de izquierdas, lo dudo, sin comprobarlo, he querido huir de tal zafarrancho en el que cualquiera de nosotros podría participar sin nombrar tantos lugares comunes por segundo para emular un debate encendido. Luego he caído en otra cadena encargada de rebosar odio a espuertas y ver a un exbanquero, al que tampoco nombraré ni que me desahucien, haciendo análisis económicos. Es cierto que existen los zombis, pero no son como en la películas, y tampoco están muertos. En la pantallita había comentarios delirantes sobre el incendio de Catalunya. En la radio, había hablado el ministro del interior como un conde-duque. Finalmente, he decidido volver al ordenador.

Ayer me había reconciliado con la tele, he de confesarlo. Echaban Arde Mississipi. Me gusta esa película y no sé las veces que la he visto. Intenté adivinar la que seguía ¿no darán la del Poitier? Y la daban, pero era Como el Viento y no la que esperaba, En el calor de la noche. Me dormí, justo empezar. La tramontana se aliaba con el fuego y atrapaba a la gente en Port Bou que salía huyendo por los barrancos, como atrapado se quedaba Poitier en la sureña Sparta donde debía resolver un asesinato en plena época del movimiento de los derechos civiles.

Quizás sea por la incomprensión que tengo sobre los ideales racistas, que me atraen estas grandes películas, a la que podemos añadir Matar a un Ruiseñor. Todos somos racistas en potencia, pero sigo sin comprender que una sociedad liberal fuera tan permisiva con el racismo. Es algo universal. He visto a personas que mostraban con desparpajo su odio a los inmigrantes procedentes del norte de África, cuyos rasgos podían confundirse con un magrebí. Este es un país de mil leches. Una vez, hablando de esto último con un amigo alemán, del cruce de razas que se ha dado en la península ibérica desde que se descubrió el fuego, le pregunté, que de no conocerme, con qué país o raza me relacionaría y me contestó que albanés. Me sorprendió. Entonces le dije que hasta los tres años era rubio y que me llamaban “el alemán”.

Otro recuerdo que guardo, es que de niño me asusté subiendo por las escaleras mecánicas de unos grandes almacenes. A la inversa, bajaba una persona de gran altura de raza negra. España era un país estanco y, a pesar de mandar en la Guinea Ecuatorial, era difícil ver la multiculturalidad de estos días. Me escondí tras mi madre y aquel hombre sonrió. Más tarde, mi padre me dijo que se trataba de un jugador que había fichado el Barcelona de basket. He buscado y solo he encontrado una referencia en el Mundo Deportivo que, de ser él, lo describía como “el negro y barbudo Alby Grant”. No lo recuerdo con barba. Sé que iba muy elegante, con un traje gris, a saber, la anécdota se comentó algunas veces en casa. Eso ayuda a mantener la memoria, pero ésta no es una ciencia. El problema es que ese miedo de niño lo conserves cuando empiezas a conocer que el mundo es mundo. Y no viajar. La sociedad americana sigue siendo una recién llegada, capaz de engullirse y ser engullida por sus propios monstruos, como el otro día en Dallas. Recuerdo la respuesta que Gene Hackman hace al sheriff, el actor Gailard Sartain, durante la mencionada Arde Mississipí: ¿Le gusta el béisbol, Anderson? Si ¿sabe por qué? Es el único sitio en el que un negro puede agitar un palo ante un blanco sin empezar un disturbio.

Hoy ardía L’Empordà, uno de los rincones más idílicos de Catalunya, a pesar del imparable avance del urbanismo feroz. “El meu país és tan petit que quan el sol se’n va a adormir mai no està prou segur d’haver-lo vist.” Más tarde, se declaraba el fuego en Las Hurdes, lugar igual de idílico, a pesar de lo incierto que resultan las leyendas. Como si hubieran unido con fuego, de extremo a extremo, la península. Como una cruz del KKK. Si los árboles son seres vivos, incendiarlos, es otra forma de racismo, como en el sur estadunidense, que solo querían a los negros, que esclavizamos los españoles, para sacarles la savia.

Pedro Peinado

Serranía de Cuenca, 22 de julio de 2012.

(Publicado en Diario de Teruel, 23 de julio de 2012)

MAQUIS Y MONTES


A la derecha, Antón Castro, como indica el cartel, en el centro, José Manuel Montorio, «Caval» a la izquierda, Pedro Alcorisa Peinado «Matías». Guerrileros de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón. En las jornadas que organizaba en Cantavieja Antón.

Doy por sentado que las personas que vayan a leer esta humilde contribución, saben que ambos conceptos incluidos en el titular están intrínsecamente unidos. Maquis procede de maquia, es decir, la vegetación de tipo matorral que no pasa del metro y medio de altura. Les llamaron maquis a los que se refugiaron en este tipo de bosque para no acudir a filas en Francia. Resurgió en plena invasión alemana, generalizándose a todo aquel que buscaba esconderse de la persecución nazi. Entre aquellos, hubo multitud de españoles que habían cruzado la frontera tras nuestra última guerra. Eso hizo que de manera universal se llamará maquis a la resistencia organizada en guerrilla. En España, sería utilizado tanto por parte de los guardianes de la dictadura, como por parte de los naturales, esperasen o temiesen su llegada tras la llamada Operación Reconquista de España lanzada desde el exilio liberado el sur de Francia en septiembre de 1944.

Ante las espeluznantes imágenes que hemos podido ver sobre la quema del interior de la Comunidad Valenciana, he rememorado un viaje mitad conquense, mitad turolense que junto al cineasta Domingo Ruíz realizamos allá en 2005. Acompañábamos a José Montorio, alías Chaval, guerrillero antifranquista aragonés y a Pedro Alcorisa, guerrillero conquense. Amigos durante el tiempo de la resistencia los habíamos unido tras sesenta años sin verse. Desde Santa Cruz de Moya, partimos muy de mañana hacía Cuenca, para presentar la edición de nuestras ya tradicionales jornadas de estudio sobre la guerrilla antifranquista en la Universidad de Castilla La Mancha. Acabada ésta, reanudábamos el viaje, esta vez al contrario y desde la capital de Cuenca nos adentramos hasta Cantavieja, donde, otro amigo, Antón Castro organizaba las jornadas en El Paraiso que es como enamorado llama al Maestrazgo turolense.

En una de las fases del viaje, creo recordar en el trayecto de Boniches a Carboneras, Cuenca, N 420. Fue Chaval, que con gran sorpresa le dijo a su camarada. Te has fijado, has visto la cantidad de pinos que hay. Ojalá hubiéramos tenido tantos pinos en nuestra época. Les interpelamos siempre curiosos de conocer el más mínimo detalle de aquella lucha desigual, tratase de quién se tratase, y ambos eran dos de los mejores exponentes de la fallida resistencia armada contra la recién nacida dictadura, pegados a las ventanillas y atentos a cualquier anuncio de la carretera que les hacía rememorar algún episodio de sus anteriores vidas. No había tantos pinos, aseguraba el aragonés. Qué va a ver tantos pinos, si para hacer leña la gente se las veía y se las deseaba, le apoyaba Pedro.

Siempre hemos trabajado con la memoria como si se tratara de un recipiente donde se pudieran conjugar diferentes ingredientes, uno de los principales, la memoria oral, pero a su vez, hemos estudiado poder explicar los hechos de aquellos años a través del paisaje. No podíamos entender que solo a través de la documentación y el repaso bibliográfico pudieran explicarse que un puñado de hombres aguantarán en aquellas terribles condiciones de vida en el monte, mal armados, mal alimentados y auxiliados por los que vivían pobremente en aquel entorno. Para entender a la guerrilla, debíamos conocer cómo era el monte de aquella época. Por referirnos a Cuenca y Teruel, seguro que la masa forestal era menor. La presión humana con pueblos que ahora no se transitan, pero que en aquella época estaban sobrepoblados, se desarrollaba en el monte una buena parte de la vida económica, con núcleos aislados como los mases o los rentos, ya fuera por la mayor presencia de cultivos y la ganadería, por la explotación forestal, propiamente dicha, por los cazadores, los carboneros, peones camineros, recolectores de diversos productos, etc. Será, sobre los años cincuenta que el monte empiece a repoblarse de pinos y a despoblarse de gente. Aquella brutal repoblación, en Santa Cruz de Moya se llegó a restringir la actividad ganadera para que las cabras no se comieran los pimpollos, uniformó la masa forestal hasta entonces más diversa. No hablo como un experto, tan solo como un aficionado al monte y a la historia. En las zonas quemadas que he podido visitar, y no he de realizar grandes viajes para ello, los pinos no rebrotan porqué sí, en cambio las carrascas, los enebros y las sabinas suelen hacerlo por su mejor adaptación al medio. Quiero insistir en la presencia humana en el bosque y cómo se desarrollaba esa presencia poco mecanizada y por lo tanto poco regresiva, con bancalizaciones que hacían de cortafuegos naturales y una ganadería que como alguien recordaba, no es que ayude a crecer el bosque, si no que impide que este se cierre y sea inaccesible.

Ese es el monte que conocieron nuestros guerrilleros, donde el pino era uno más en las zonas no dedicadas al tráfico maderero. Se veían obligados a descansar de día y andar de noche, a evitar la luna llena y las crestas para evitar a una guardia civil siempre presente, impertérrita al desaliento, y a los cientos de ojos humanos y el olfato de los perros que pudiera delatar su presencia. Llegamos sin novedad a Cantavieja y pudimos estar con el alcalde y una cincuentena de asistentes, hablamos en la desconexión aragonesa de la SER y recibimos el abrazo siempre amable de Antón y del historiador Fernando Martínez Baños.

Otras de las escenas que me han rememorado las llamas en la noche de la Serranía valenciana, sucedió en Teruel y buena muestra de ello dejamos en nuestra colaboración con el Programa Amarga Memoria y el Ayuntamiento de la Cerollera. Fue el incendio provocado por las fuerzas conjuntas del ejército y la guardia civil que actuaron contra el campamento escuela de la Cerollera en el mal llamado Pinar de Aiguaviva, que resulta así de la lectura de muchos documentos, pero que sobre el terreno pertenece a la Cerollera. A pesar de que los documentos no nos aclaraban cómo se produjo el incendio, pudimos hablar con varios testimonios de los mases, ahora, abandonados. Realmente, el ataque se produjo no contra el campamento escuela, éste ya había sido asaltado dos meses antes. Se realizó sobre un segundo campamento ubicado en el paraje de la Empedrada y se utilizó fuego de mortero que provocó el foco principal del incendio, pero había quien de manera reservada testimoniaba que por los caminos iban guardias que iban quemando con antorchas y latas de gasolina, logrando que se extendiera a todo el pinar. El esfuerzo fue inútil y los guerrilleros pudieron escapar, pero no quedó un pino. Me entristecía aquel relato, por el desprecio de las fuerzas por la naturaleza y por la propiedad de aquellas plantaciones.

Asistimos estos días a un debate tan antiguo como las historias que cuento, sobre la relación entre el monte y la ciudad. Sí, ya sé, se habla de prevención, de recursos, de… En el fondo es un debate entre los medios destinados y su manera de gestionar el monte por personas que aparcan su coche en un garaje subterráneo y que deben esperar al fin de semana para poder abandonar la urbe. Incluso, aquellos representantes del medio rural, son urbanitas dada a que su actividad se desenvuelve en los centros administrativos y acaban abandonando sus domicilios en el entorno rural. A parte, la baja población del cuerpo electoral rural tiene poca fuerza al representar un número insignificante de votos. Esta dualidad la ciudad y el campo, es perniciosa para este último. Y lo es porque tales son las necesidades de la vida urbana y tal el desconocimiento de la vida en el campo, que se retrotraen medios destinados a la prevención de incendios o el desarrollo rural para traspasarlo, como se denunciaba en los casos valencianos, a la visita del Papa, tan necesitados como están en las ciudades de contenidos espirituales.

He podido oír a alcaldes de distinto símbolo defender los mismos postulados sobre el porqué de los incendios, es decir, en el campo existe un gran consenso sobre las políticas forestales y que dos de las medidas que con mayor fuerza se demandan son el aumento del cultivo de montaña y la presencia de ganadería. Al parecer ambos aspectos han de ser subvencionados y entrarían dentro de las políticas de desarrollo rural impulsadas por la UE desde hace 20 años. Es decir, las políticas europeas para fijar población en el medio rural han fracasado y, bajo mi modesta opinión, así ha sido porque quién ha gestionado esas políticas padece del mismo mal que el que debe cuidar de la prevención de incendios, ni una ni otra gestión ha recaído directamente en la zona rural. En este caso, me refiero a la Serranía valenciana y a la conquense que son las que conozco mejor. La gestión corresponde a niveles intermedios llamados grupos de acción local, que no creen ni conocen el medio natural y social que gestionan y que previo y generoso pellizco para ellos o sus organizaciones, se han dedicado a la expansión de casas rurales y poco más. Si, ya sé, si nos muestran las estadísticas podrían demostrar lo contrario, pero no ha habido una política integral sobre el medio natural, sino acciones que dependían muchas veces de las ideas y posibilidades de crédito de los promotores.

La solución a los incendios, remataría, no vendrían únicamente por las limpias de monte y la explotación forestal. Ecologistas en Acción de la Serrranía de Valencia denuncia a una empresa maderera como corresponsable del incendio de Andilla, al abandonar buena parte del desbroce que obtuvo bajo concesión en el paraje donde se inicio uno de los mayores incendios vividos en la zona y que ha dejado calcinada una extensión semejante a la isla de Ibiza. ¿Dónde estaba el responsable de vigilar que se cumplieran las condiciones del contrato? Las soluciones pasan por la repoblación humana del monte y romper con su tendencia a la desertificación, pasan por políticas integrales que ahora se van a abandonar con la llegada del extremismo neoliberal.

Nuestros guerrilleros no podrían hoy atravesar buena parte de las zonas quemadas y en las no quemadas podrían hacerlo de día, sin encontrar un alma que les cobijara o donde pudieran hacer requisas. No podrían tampoco estarse mucho tiempo bajo las grandes pinadas pues ya fuera por la actuación humana o por la propia naturaleza, se hallarían inmersos en un polvorín del que probablemente no podrían salir ilesos como hicieron sus viejos camaradas en La Cerollera. Debería reconvertirse en guerrilleros urbanos que es donde está la gente y donde está la política.  Entiéndase éste último párrafo como un símil y no como una apuesta por la violencia política. En definitiva, menos pinos y más diversidad, hagamos del monte un bosque.

Pedro Peinado

(Publicado en el Diario de Teruel el 15 de julio de 2003)