Es de noche, el verano toca a su fin. En la aldea aún queda algún veraneante rezagado. En el pueblo, los bares están vacios. El café o la cerveza no se hacen esperar. Todos están más relajados. Han pasado del tumulto al vacio sin que se haya transcurrido casi una etapa intermedia. Es lo que tienen los pueblos. Ahora, sí que pueden considerarse un remanso de paz, demasiada paz. Septiembre es mejor mes para pasar las vacaciones, pero los que viven en las grandes ciudades, tienen grandes dificultades para acostumbrarse al presente ritmo. Precisan ver gente por las calles con las que pararse a hablar y deparar sobre sus vidas. La temperatura no se extrema, casi hace falta la chaquetilla a las horas del atardecer o en las mañanas.
Las cuatro gotas que han caído han humedecido el aire seco de los meses anteriores. Los colores del monte se han apaciguado, se crean nubes y neblinas con mayor frecuencia y el cielo no es tan aburrido como en agosto. Se fueron los veraneantes con su bullicio y la alegría del reencuentro. Habrá que esperar a Semana Santa o al próximo verano. Durante el resto del año caerán como un goteo en algunos puentes o para la recogida de olivas que este año será escasa. Algunos se atreverán a venir en los días de la navidad, pocos, los más, los que tienen aquí familia. Las casas son muy frías para tan pocos días y algunas solo se prepararon para el verano. La nueva eclosión será dentro de unas semanas, para las jornadas del maquis y luego habrá que esperar a febrero, en San Blas, la fiesta mayor, pero cada vez vamos a menos.
Sigo hablando con unos y con otros sobre la dificultad de que Santa Cruz de Moya se consolide como destino turístico. Algo inexplicable, como habíamos escrito en crónica anterior. No es debido a una sola razón. Casi todo lo que afecta a una sociedad, por pequeña que sea, tienen una raíz multifactorial. Fallan las grandes estructuras y falla hasta el último agente que participa en el desarrollo rural. Otros destinos, con menos, son un éxito. Las jornadas de estudio sobre la guerrilla han sido la excepción que confirma la regla. Hemos sido capaces de atraer a cientos de personas, pero no hemos sido capaces de que éstas repitiesen en algún otro día del calendario. Creamos una infraestructura como los senderos de la memoria, pero la mayoría de personas que vienen a realizarlos no pernocta en los establecimientos hosteleros.
Es difícil que el turista rural repita un destino. Mucho le ha de agradar el lugar que visita y es lógico que busque nuevos lugares, más cuando la oferta es tan amplía. Falta algún promotor que oferte actividades, las propuestas de alojamiento no es suficiente por sí sola, ha de ser global. El sitio puede ser muy bonito, pero al turista hay que proveerle de actividades. Otra de las expectativas que desea el turista rural es incorporarse al lugar que visita y para ello es importante la colaboración de los vecinos. La hospitalidad ha sido una de las virtudes básicas de los santacruceros, pero con tan pocos habitantes y el abandono de las costumbres y tradiciones vinculadas al campo, la mayoría de vecinos vive apartado conceptualmente del turismo y lo único que persigue es que nadie le aparte de su rutina.
Es básico que el destino turístico sea aceptado por los vecinos, que se transformen en agentes del cambio. La mayoría está convencida de que no hay nada que hacer para que Santa Cruz de Moya pueda desarrollarse. No cree que tenga futuro de no ser que se instale una fábrica. Así los jóvenes, desde hace generaciones, prefieren buscarse la vida a kilómetros de aquí y no ven en el turismo una alternativa. Deberían ser ellos los que tomarán alguna de las alternativas que se han propuesto desde la asociación. El cicloturismo, el piragüismo, el senderismo,… pero no hay iniciativa. En dos generaciones morirán varios pueblos, se convertirán en lugares donde solo existan durante el verano.
El desarrollismo salvaje de los sesenta arranco a toda la generación que, ahora, ronda los cincuenta y sesenta años y cuyo destino fabril fueron las bandas costeras y el centro. El pueblo se convierte, también, en el lugar donde pasar largas temporadas una vez jubilados, pero el actual modo de vida condena a los abuelos en cuidadores de los nietos, así que su calendario está sometido al calendario escolar.
No ha existido más que políticas para esquilmar a los pueblos de gentes, de recursos y la máxima ayuda que se recibe del estado, por ejemplo, sírvanos Villardecañas, es para convertirlos en sumideros, en cementerios nucleares o en lugares donde enterrar la mierda de la ciudad. El resto de ayudas se han generado por medio de planes semicomarcales y subvenciones a iniciativas privadas, pero falta ese banderín de enganche y la visión comarcal del asunto. La alternativa que nos propone el PP tiende a la centralización del poder en las diputaciones y convertir a las cabeceras de partido en puntos de concentración escolar y servicios. Como toda medida neoliberal, está condenada al fracaso, pues, en realidad no persigue los objetivos que se impone como hitos, sino la desamortización de lo público y la gestión a manos privadas.
Uno podría esperar del actual gobierno que corrigiera alguno de esos errores como la excesiva burocratización que se imponía a promotores y grupos locales y que inyectaran políticas de fomento acorde a las políticas europeas, lejos de ello, vacía de servicios educativos, sanitarios y de políticas de bienestar a los pueblos, todo lo contrario de lo que se debería realizar para acabar con la despoblación. Si nuestros gobernantes priorizaran esa lucha y emitieran políticas de desarrollo rural y sostenible, tendríamos alguna esperanza, pero la radicalización de sus medidas o el tamaño de sus tijeras va a conducir que únicamente resistán aquellos pueblos donde las iniciativas de sus promotores se vean secundadas por el resto de vecinos y a la existencia de recursos humanos en los propios pueblos, jóvenes y mujeres, principalmente, que puedan incorporarse y completar propuestas productivas, sean estas del sector que sean.
Llega el otoño, otro de los periodos más bellos para conocer la Serranía de Cuenca, incluso, cuando llega el frío que hace envolvernos entre mantas y abrigarnos hasta la nariz para que el aire limpio entre en los pulmones. A falta de más perspectiva que torear la crisis cada uno como pueda, disfrutemos del perfil de las montañas, del paseo por los caminos de la memoria y conciliémonos con nosotros mismos. En las ciudades se prevé un otoño caliente, aquí, aún, parece verano.
Pedro Peinado, Serranía de Cuenca, 19 de septiembre de 2012